dissabte, 30 de gener del 2016

¿QUÉ HACER CUÁNDO COMPITO? Y, QUÉ HACER CON PITO... 

NO ME GUSTA PERDER NI AL PARCHÍS
La cuestión sobre si la escuela y sus educadores deben enseñar a los niños a competir o si la competición es o no estigmatizante me parece secundaria. Máxime cuando para iniciar una carrera, superar una entrevista de trabajo o aprobar una oposición, debemos clasificarnos por encima de los demás, mostrar que nuestra valía es superior a la del resto. La pregunta no es si debemos enseñar o no a los niños a competir. La verdadera cuestión es si la escuela debe enseñar a competir de otra manera.

A estos afamados deportistas les oímos declarar con frecuencia "
A mí no me gusta perder ni al parchís". ¿Qué esconde esta frase? ¿Su disposición al esfuerzo y al aprendizaje continuo para ser mejores, o la voluntad de ganar a cualquier precio? Ayrton Senna dijo "el segundo es el primero de los perdedores", Juan Pablo Montoya: "yo vine a la Fórmula 1 a ganar no a ser parte de la profesión". Esa filosofía de "el éxito no lo es todo: es lo único", la glorificación del: "lo importante no es participar es ganar, vencer a cualquier precio"  ¿Es la que comparte la escuela?La sociedad tiene sus propios mitos, los crea y los devora a la misma velocidad. Los más reconocibles son los triunfadores, las personas exitosas y competitivas que saben abrirse paso en sus profesiones, en muchos casos ignorando las más elementales normas y formas. Entre los mitos más reconocidos están los deportistas, jóvenes y triunfadores conocidos por doquier por personas de toda condición o edad. Mitos que, con sus declaraciones, acciones u omisiones (incluyendo peinados y tatuajes) generan tendencia, transmiten valores que más tarde replican niños de todo el planeta. ¿Cuántas veces hemos visto a un chaval celebrando un gol haciendo el corazón de Bale, besándose el anillo como Raúl o llevándose el dedo índice a los labios para acallar a sus hipotéticos detractores?

¿Debe la educación física enseñar a los niños a ganar y a perder al parchís? Me pregunto si los educadores físicos, cuando introducimos la competición como práctica pedagógica debemos hablar simplemente del resultado o debemos contemplar también los principios, las cuestiones éticas, los valores y actitudes como el esfuerzo, el respecto o la honestidad. No olvidemos que somos cómo vivimos, como conducimos, como trabajamos o como competimos.
La competición y sus efectos colaterales (victoria-fracaso) son un fantástico retrato del género humano. Dime cómo compites o cómo digieres el éxito o la derrota y te diré cómo eres.
Los educadores sabemos que el mundo, aunque es un lugar amable, sigue siendo hostil, un escenario en el que para conseguir un éxito deportivo o profesional, hay que saber competir, saber superar obstáculos, eliminatorias para lograr el premio, llámese victoria deportiva, puesto de trabajo o cargo relevante a nivel político, religioso o mediático. La vida es un escenario para el disfrute pero también para la lucha por eso la escuela debe enseñar a los niños a cooperar pero también debe enseñar a integrarse en un mundo competitivo, debe enseñarlos a luchar.
Somos los educadores los que tenemos la responsabilidad de establecer las condiciones en las que se debe competir para que la competición sea un instrumento educativo y no una experiencia esterilizante.
Sin duda los niños deben aprender a trabajar en equipo, a cooperar, pero también deben aprender a competir, a superar retos, a vencer obstáculos y problemas. Los educadores físicos tenemos que determinar las condiciones en las que se compite, ayudar a que los niños aprendan a digerir sus éxitos y a gestionar de manera constructiva sus derrotas. La competición no debe plantearse bajo la tradicional disyuntiva: "éxito-fracaso", los niños deben aprender a canalizar e el "gano-pierdo" pues ambos son elementos relativos y circunstanciales. Basta con saber modificar las circunstancias para que los términos se inviertan.
El debate no consiste en plantearnos si los niños deben aprender a competir. La cuestión es cómo revertir la ideología de la competición deportiva por los valores de la competición educativa, aquella que está cargada de valores individuales y colectivos: respeto, autosuperación, juego limpio, conductas éticas, participación y esfuerzo, etc.
Es probable que según crecemos nos volvamos más escépticos, menos inocentes, aunque por fortuna el día a día nos regala motivos para la esperanza y gestos admirables. A uno de estos sucesos hermosos ambientado en el deporte de competición me voy a referir.


-Caso real-

Fernández Anaya y Abel Mutai (2012)
El 2 de diciembre de 2012, Iván Fernández Anaya, atleta vitoriano de 24 años, se negó a ganar el cross de Burlada, en Navarra. “No merecía ganarlo. Hice lo que tenía que hacer”, dice Fernández Anaya, quien, cuando iba segundo, bastante distanciado del primero, en la última recta de la carrera, observó cómo el seguro ganador, el keniano Abel Mutai (un medallista olímpico) se equivocaba de línea de meta y se paraba una decena de metros antes de la pancarta. Fernández Anaya le alcanzó con rapidez, pero en vez de aprovechar la situación para acelerar y ganar, se quedó a su espalda y con gestos y casi empujándole le llevó hasta la meta, dejándole pasar por delante. “Él era el justo vencedor. Me sacaba una distancia que ya no podía haber superado si no se equivoca. Desde que vi que se paraba sabía que no iba a pasarle”.
Este es un ejemplo de lo que puede trasmitir el deporte, de los valores que puede aportar la competición interpretada con fair play. El reverso de este mismo hecho y del mismo deporte lo protagonizó su entrenador en Campeón europeo y mundial de maratón Martín Fiz“Yo no lo habría hecho” dijo, y añadió: “Fue un gesto de honradez muy bueno, un gesto de los que ya no se hacen. Mejor dicho, un gesto de los que nunca se han hecho. Un gesto que yo mismo no habría tenido. Yo sí que me habría aprovechado para ganar”. Contaba Fiz que el detalle le honraba a su pupilo. “El gesto le ha hecho ser mejor persona pero no mejor atleta. Ha desaprovechado una ocasión. Ganar te hace siempre más atleta. Se sale siempre a ganar. Hay que salir a ganar”.
Te participo amigo/a lector que al leer las manifestaciones de pupilo y entrenador me asaltó una duda: ¿de verdad pertenecen a la misma especie estas dos personas? Indudablemente sí, aunque les distingue la coraza ético-deportiva con la que se adornan. Por supuesto que es legítimo (y deseable) querer competir y ganar, competir es luchar contra uno mismo, contra los demás y voluntad de vencer a la adversidad o derribar barreras.
Obviamente cuando competimos debemos "salir a ganar": pero no a cualquier precio.
Creo en el valor trasformador de la buena educación y que a través de la educación física podemos hacer buenas las sencillas e inspiradores palabras que aquellos días de pronunció Fernández Anaya: “En los tiempos que corren, vienen bien gestos de honradez”; pienso que necesitamos educar apoyar actitudes Iván, Fernandizar la sociedad y la escuela, Anayizar a nuestros alumnos.
Enseñemos a los niños a competir pero recordemos que somos educadores y no entrenadores, que la escuela no es un club, es una institución educativa, que nuestro oficio -como mantiene R. Velázquez- "no trata de ayudar a que las personas sean mejores jugadores, sino que sean mejores personas a través del juego deportivo”. 
Cada vez estoy más convencido que los educadores físicos debemos construir un proyecto, un ambicioso y potente proyecto cargado de valores puesto al servicio de los niños, de sus intereses.  Contamos con los mimbres, el deporte y el juego, para sacarlo adelante, pues ambos bien gestionados constituyen escenario de oportunidades para EDUCAR (en mayúsculas). Para conseguirlo se deben diferenciar las voces de los ecos, la competición educativa de la competición deportiva, e intentar cambiar la cultura del éxito por el éxito de la cultura; que entiende que se puede ganar sin llegar el primero, que solo podemos ser auténticos vencedores si cuando ganamos los demás también ganan (se divierten, juegan, progresan, aprenden). 
Hace falta trasmitir a los estudiantes otra cultura de la vida y de la competición, la escuela debe redefinir el concepto de "éxito" y de "fracaso", matizar listones darwinianos, porque toda derrota no es necesariamente un fracaso, también puede ser en un trampolín.
Sinceramente creo que para alcanzar el éxito deportivo, personal, social o profesional no necesitamos hacer cosas extraordinarias. Basta con hacer cosas ordinarias extraordinariamente bien, basta con saber luchar de forma limpia, continua y valiente.