¿QUÉ HACER CUÁNDO COMPITO? Y, QUÉ HACER CON PITO...
NO ME GUSTA PERDER NI AL PARCHÍS
La cuestión sobre si la escuela y sus
educadores deben enseñar a los niños a competir o si la competición es o no
estigmatizante me parece secundaria. Máxime cuando para iniciar una carrera,
superar una entrevista de trabajo o aprobar una oposición, debemos
clasificarnos por encima de los demás, mostrar que nuestra valía es superior a
la del resto. La
pregunta no es si debemos enseñar o no a los niños a competir. La verdadera
cuestión es si la escuela debe enseñar a competir de otra manera.
A estos afamados deportistas les oímos declarar con frecuencia "A mí no me gusta perder ni al parchís". ¿Qué esconde esta frase? ¿Su disposición al esfuerzo y al aprendizaje continuo para ser mejores, o la voluntad de ganar a cualquier precio? Ayrton Senna dijo "el segundo es el primero de los perdedores", Juan Pablo Montoya: "yo vine a la Fórmula 1 a ganar no a ser parte de la profesión". Esa filosofía de "el éxito no lo es todo: es lo único", la glorificación del: "lo importante no es participar es ganar, vencer a cualquier precio" ¿Es la que comparte la escuela?La sociedad tiene sus propios mitos, los crea y los devora a la misma velocidad. Los más reconocibles son los triunfadores, las personas exitosas y competitivas que saben abrirse paso en sus profesiones, en muchos casos ignorando las más elementales normas y formas. Entre los mitos más reconocidos están los deportistas, jóvenes y triunfadores conocidos por doquier por personas de toda condición o edad. Mitos que, con sus declaraciones, acciones u omisiones (incluyendo peinados y tatuajes) generan tendencia, transmiten valores que más tarde replican niños de todo el planeta. ¿Cuántas veces hemos visto a un chaval celebrando un gol haciendo el corazón de Bale, besándose el anillo como Raúl o llevándose el dedo índice a los labios para acallar a sus hipotéticos detractores?
¿Debe la educación física enseñar a los niños a ganar y a perder al parchís? Me pregunto si los educadores físicos, cuando introducimos la competición como práctica pedagógica debemos hablar simplemente del resultado o debemos contemplar también los principios, las cuestiones éticas, los valores y actitudes como el esfuerzo, el respecto o la honestidad. No olvidemos que somos cómo vivimos, como conducimos, como trabajamos o como competimos.
La
competición y sus efectos colaterales (victoria-fracaso) son un fantástico
retrato del género humano. Dime cómo compites o cómo digieres el éxito o la
derrota y te diré cómo eres.
Los educadores sabemos que el mundo,
aunque es un lugar amable, sigue siendo hostil, un escenario en el que para
conseguir un éxito deportivo o profesional, hay que saber competir, saber
superar obstáculos, eliminatorias para lograr el premio, llámese victoria
deportiva, puesto de trabajo o cargo relevante a nivel político, religioso o
mediático. La vida es un escenario para el disfrute pero también para la lucha
por eso la escuela debe enseñar a los niños a cooperar pero también debe
enseñar a integrarse en un mundo competitivo, debe enseñarlos a luchar.
Somos
los educadores los que tenemos la responsabilidad de establecer las condiciones
en las que se debe competir para que la competición sea un instrumento
educativo y no una experiencia esterilizante.
Sin duda los niños deben aprender a
trabajar en equipo, a cooperar, pero también deben aprender a competir, a
superar retos, a vencer obstáculos y problemas. Los educadores físicos tenemos
que determinar las condiciones en las que se compite, ayudar a que los niños
aprendan a digerir sus éxitos y a gestionar de manera constructiva sus
derrotas. La competición no debe plantearse bajo la tradicional disyuntiva:
"éxito-fracaso", los niños deben aprender a canalizar e el
"gano-pierdo" pues ambos son elementos relativos y circunstanciales.
Basta con saber modificar las circunstancias para que los términos se
inviertan.
El debate no consiste en plantearnos si los
niños deben aprender a competir. La cuestión es cómo revertir la ideología de
la competición deportiva por los valores de la competición educativa, aquella
que está cargada de valores individuales y colectivos: respeto, autosuperación, juego
limpio, conductas éticas, participación y esfuerzo, etc.
Es probable que según crecemos nos
volvamos más escépticos, menos inocentes, aunque por fortuna el día a día nos
regala motivos para la esperanza y gestos admirables. A uno de estos sucesos
hermosos ambientado en el deporte de competición me voy a referir.
-Caso real-
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Fernández
Anaya y Abel Mutai (2012)
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El 2 de diciembre de 2012, Iván
Fernández Anaya, atleta vitoriano de 24 años, se negó a ganar el cross de
Burlada, en Navarra. “No merecía ganarlo. Hice lo que tenía que hacer”, dice
Fernández Anaya, quien, cuando iba segundo, bastante distanciado del primero,
en la última recta de la carrera, observó cómo el seguro ganador, el keniano
Abel Mutai (un medallista olímpico) se equivocaba de línea de meta y se paraba
una decena de metros antes de la pancarta. Fernández Anaya le alcanzó con
rapidez, pero en vez de aprovechar la situación para acelerar y ganar, se quedó
a su espalda y con gestos y casi empujándole le llevó hasta la meta, dejándole
pasar por delante. “Él era el justo vencedor. Me sacaba una distancia que ya no
podía haber superado si no se equivoca. Desde que vi que se paraba sabía que no
iba a pasarle”.
Este es un ejemplo de lo que puede
trasmitir el deporte, de los valores que puede aportar la competición
interpretada con fair play. El reverso de este mismo hecho y del mismo deporte
lo protagonizó su entrenador en Campeón europeo y mundial de maratón Martín Fiz. “Yo no lo habría
hecho” dijo, y añadió: “Fue un gesto de honradez muy bueno, un
gesto de los que ya no se hacen. Mejor dicho, un gesto de los que nunca se han
hecho. Un gesto que yo mismo no habría tenido. Yo sí que me habría aprovechado
para ganar”. Contaba Fiz que el
detalle le honraba a su pupilo. “El
gesto le ha hecho ser mejor persona pero no mejor atleta. Ha desaprovechado una ocasión. Ganar te
hace siempre más atleta. Se sale siempre a ganar. Hay que salir a ganar”.
Te participo
amigo/a lector que al leer las manifestaciones de pupilo y entrenador me asaltó
una duda: ¿de verdad pertenecen a la misma especie estas dos personas?
Indudablemente sí, aunque les distingue la coraza ético-deportiva con la que se
adornan. Por supuesto que es legítimo (y deseable) querer competir y ganar,
competir es luchar contra uno mismo, contra los demás y voluntad de vencer a la
adversidad o derribar barreras.
Obviamente cuando competimos debemos "salir a
ganar": pero no a cualquier precio.
Creo en el valor
trasformador de la buena educación y que a través de la educación física
podemos hacer buenas las sencillas e inspiradores palabras que aquellos días de
pronunció Fernández Anaya: “En los tiempos que corren, vienen bien gestos de
honradez”; pienso que necesitamos educar apoyar actitudes Iván, Fernandizar la
sociedad y la escuela, Anayizar a nuestros alumnos.
Enseñemos a los niños a competir pero
recordemos que somos educadores y no entrenadores, que la escuela no es un
club, es una institución educativa, que nuestro oficio -como mantiene
R. Velázquez- "no trata de ayudar a que las personas sean mejores
jugadores, sino que sean mejores personas a través del juego
deportivo”.
Cada vez estoy más convencido que los
educadores físicos debemos construir un proyecto, un ambicioso y potente
proyecto cargado de valores puesto al servicio de los niños, de sus intereses.
Contamos con los mimbres, el deporte y el juego, para sacarlo adelante,
pues ambos bien gestionados constituyen escenario de oportunidades para EDUCAR
(en mayúsculas). Para conseguirlo se
deben diferenciar las voces de los ecos, la competición educativa de la
competición deportiva, e intentar cambiar la cultura del éxito por el éxito
de la cultura; que entiende que se puede ganar sin llegar el primero, que solo
podemos ser auténticos vencedores si cuando ganamos los demás también ganan (se
divierten, juegan, progresan, aprenden).
Hace falta trasmitir a los estudiantes
otra cultura de la vida y de la competición, la escuela debe redefinir el
concepto de "éxito" y de "fracaso", matizar listones
darwinianos, porque toda derrota no es necesariamente un fracaso, también puede
ser en un trampolín.
Sinceramente creo que para alcanzar el éxito
deportivo, personal, social o profesional no necesitamos hacer cosas
extraordinarias. Basta con hacer cosas ordinarias extraordinariamente bien,
basta con saber luchar de forma limpia, continua y valiente.